Decía Peter Drucker que la mejor manera de predecir el futuro es creándolo.
Una frase inspiradora, sí, pero a menudo nos deja con la ansiedad de pensar que debemos inventar la rueda, que la innovación es un acto heroico que se remata con un solo golpe.
Y esto es, que me perdone el bueno de Peter, un error de perspectiva.
La innovación que realmente perdura y transforma la cultura organizacional no es la que llega con un big bang, sino la que se inicia con un simple copo de nieve que empieza a rodar.
Hablo del efecto bola de nieve aplicado a la gestión pública.
Es un fenómeno que se produce cuando una pequeña mejora, una nueva forma de hacer las cosas o un cambio de mentalidad en un equipo específico, genera una tracción exponencial, retroalimentándose y contagiando al resto del sistema.
Cuando pensamos en una bola de nieve, recordamos que su éxito no está solo en su peso final, sino en la calidad de su rodadura. Este proceso tiene tres fases críticas que podemos resumir en:

 








