El contrato de colaboración público-privada (CPP) no ha tenido el éxito esperado como contrato administrativo típico. A pesar de las virtudes que este contrato tiene, el efecto bandwagon ha sido más fuerte que todo lo demás. El popularmente llamado “comportamiento gregario” nos ha empujado a seguir utilizando otros contratos típicos más tradicionales y, por qué no decirlo, también exitosos, hasta el punto de haber desterrado al citado CPP a un plano puramente teórico en el que los investigadores del mismo estamos, a menos que cambien las cosas, condenados a deambular.
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