9 de enero de 2014

Planificando sin estrategia: planificando en betapermanente.

Acabamos de empezar el año y el afán por planificarlo todo en las Administraciones públicas nos acecha de nuevo, ya sea para seguir con la hoja de ruta trazada en nuestro Plan de Mejora o de Modernización, ya sea porque, con o sin éste, necesitamos pensar que seguimos un camino, el que sea, pero que vamos hacia una dirección y que ésta, además, es la correcta. Sin embargo, desde que se acuñaran los términos de modernidad líquida (1999) y tiempos líquidos (2007) por parte del profesor Zygmunt Bauman ya nada ha vuelto a ser lo mismo por lo que a la forma de enfrentarse a la incertidumbre se refiere. De ahí que ya hace muchos años que la planificación estratégica, entendida como la forma en que la organizaciones trazan su propio camino y aplican rígidamente sus reglas para alcanzar su misión está siendo cuestionada. Ya lo insinuó Henry Mintzberg en su “Rise and Fall of Strategic Planningcuando explicó que todo era un poco más complicado que hacer un DAFO, dictar una misión y desplegar estrategias. El diálogo con el entorno cambiante debía ser una variable fundamental de la planificación estratégica incorporando conceptos nuevos como el de las estrategias emergentes.



Yo soy de los que piensa que la planificación estratégica clásica debe ser cuestionada a día de hoy todavía porque tiene que hacer frente a nuevos interrogantes que se le plantean desde tres perspectivas distintas: los contextos de cambio permanente, la emergencia de la innovación como base competitiva y la prioridad talento. A pesar de ello, supongo que todos estamos de acuerdo en que ni las empresas ni las Administraciones públicas pueden vivir sin dirección. Necesitan una visión que las movilice, que sirva para alinear los procesos internos de decisión y que sirva también para ordenar la relación entre sus recursos y sus prioridades. Así que, ante todos estos retos, nos preguntamos, tal y como ya apuntó Xavier Marcet en 2010 “¿Continúa teniendo sentido elaborar planes estratégicos? Absolutamente sí. ¿Continúa teniendo sentido hacerlos como hace 25 años? Absolutamente no”.

Hoy los planes estratégicos deben servir como guía para ordenar el cambio, para establecer los mecanismos de relación con los contextos cambiantes, para definir políticas respecto del talento y generar un modelo de innovación. Los planes estratégicos no son un buen instrumento para definir al detalle lo que cada organización debe hacer en cada uno de sus rincones, sino para mantener un rumbo, una visión y dotarse de instrumentos para pensar en cada momento que es lo que nos permite acercarnos más a nuestros objetivos. La planificación estratégica no tendría porque establecer estructuras y lógicas inalterables. Al contrario, ésta tiene sentido en cuanto permite responder rápidamente a la necesidad de cambio permanente y ordenar la forma cómo vamos a dar respuesta a este cambio incesante en el marco de la visión a la que aspiramos. 

Así pues, vamos a necesitar otro paradigma, ya que el poder, los líderes, las ideas, la información, la asignación de recursos, los grupos, los elementos motivadores, se comportan de forma diferente. Este cambio de paradigma nos está llevando a planificar en beta permanente, acelerando el ritmo de renovación estratégica en las organizaciones, logrando que sean capaces de una revisión constante, sin traumas, y sin necesidad de llegar a una crisis.

En conclusión, debemos diseñar sistemas de planificación capaces de responder a los cambios que se están produciendo en nuestra sociedad, nuevos modelos de organización, trabajo en red, creatividad, nuevos tipos de liderazgo, entornos cambiantes y convulsos, mercados inestables, usuarios que pueden elegir entre diferentes alternativas, etc. Es en este contexto donde hablamos de planificación 2.0 o planificación en beta permanente, y es en este preciso instante en que las Administraciones públicas tenemos que dar el salto hacia adelante, sin perder el sentido de nuestra existencia basado en la satisfacción del interés público pero aprovechando al máximo las oportunidades que un mundo en constante movimiento nos da.  

2 comentarios:

  1. EL OCTAVO ARTE

    La numeración de las artes es un tópico cultural que clasifica las expresiones artísticas en el ámbito de la cultura occidental desde la antigüedad. Esta clasificación de las artes, típica de la ideología feudal en la edad media se dividía en artes liberales (las que no implicaban trabajo manual) y las artes mecánicas (las que, por el contrario, exigían trabajo artesanal).

    Más tarde las artes se numeraron en seis, relacionándose con la actividad artística. Aunque no hay una ordenación universalmente aceptada para identificar las artes plásticas, sí se coincide en adjudicar el séptimo arte al cine.

    Bien entrado el siglo XXI, y ante la imperiosa necesidad de introducir mejoras en cualquier organización por los cambios económicos, culturales y sociales, surge la necesidad, y por lo tanto la obligación, de innovar. Como dijo Hughes, innovar es implementar nuevos procesos y nuevos métodos organizativos adaptando sus estructuras. Si la labor se lleva a cabo en el marco de la administración pública y al sustantivo “gestión pública” le añadimos el adjetivo de la “innovación”, el resultado es que obtenemos una Gestión Pública Innovadora.

    La Gestión Pública Innovadora requiere una gran dosis de las cualidades que sustentan las artes clasificadas, como la creatividad, el pensamiento, la sensibilidad, la imaginación, o la perspectiva. La creatividad necesaria para desarrollar planes y proyectos de desarrollo de la nueva administración del siglo XXI; el pensamiento suficiente para crear estructuras, procesos y métodos y, a la vez, armonizándolos de forma eficaz y eficiente; sensibilidad para adaptar las políticas públicas en materia de RR.HH. a la nueva realidad existente; imaginación para motivar y hacer participes de estos cambios a todos y cada uno de los integrantes de la organización; y perspectiva para ser capaz de adelantarse a los problemas y obstáculos que, sin duda, van a ir apareciendo en la transformación de la administración y actuar con resiliencia.

    Por eso, se puede afirmar que la asignación del octavo arte debería corresponder a la actividad innovadora, y el correspondiente calificativo de “artista” a los responsables de esta actividad. La innovación no sólo es el resultado de la aplicación, por sus artífices, de criterios técnico-jurídicos, fiscales y contables, además, requiere de la genialidad innata de los artistas, y de la magia con la que se reviste el arte en todas sus expresiones.

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  2. Como siempre Cristobal, muchas gracias por tu aportación, y me encanta esa concepción de artista que se le atribuyes al innovador, es una forma muy acertada de enfocar la cuestión.

    Estoy de acuerdo, su trabajo, su día a día, tiene que ver más con la improvisación y la con el "arte" que con la planificación.

    Un abrazo fuerte.

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