Decía Peter Drucker que la mejor manera de predecir el futuro es creándolo.
Una frase inspiradora, sí, pero a menudo nos deja con la ansiedad de pensar que debemos inventar la rueda, que la innovación es un acto heroico que se remata con un solo golpe.
Y esto es, que me perdone el bueno de Peter, un error de perspectiva.
La innovación que realmente perdura y transforma la cultura organizacional no es la que llega con un big bang, sino la que se inicia con un simple copo de nieve que empieza a rodar.
Hablo del efecto bola de nieve aplicado a la gestión pública.
Es un fenómeno que se produce cuando una pequeña mejora, una nueva forma de hacer las cosas o un cambio de mentalidad en un equipo específico, genera una tracción exponencial, retroalimentándose y contagiando al resto del sistema.
Cuando pensamos en una bola de nieve, recordamos que su éxito no está solo en su peso final, sino en la calidad de su rodadura. Este proceso tiene tres fases críticas que podemos resumir en:
1. El Copo Inicial (La Validación Silenciosa):
El primer paso es siempre el más complicado.
Un equipo, a menudo de forma discreta o incluso clandestina, decide probar un nuevo método. Puede ser algo tan simple como un formulario interno digitalizado, una herramienta para gestionar mejor el feedback ciudadano o la decisión de usar una metodología ágil en lugar del tradicional gestor de tareas. La clave aquí es que no busca la aprobación de todo el organigrama al inicio; busca resolver un problema real y tangible para el propio equipo o para el usuario directo. Este pequeño éxito, esta micro-innovación, genera la prueba más valiosa de todas: la evidencia de que algo funciona mejor.
Es el permiso que se dan a sí mismos para seguir experimentando.
2. La Aceleración por Contagio:
Una vez que el "copo" ha demostrado su validez, la bola empieza a rodar.
En el sector público, el contagio no se produce por decreto, se produce por envidia sana y por necesidad. Cuando el equipo de al lado ve que sus compañeros tardan tres días menos en tramitar algo o que han reducido a cero los errores de un proceso, inevitablemente preguntan: "¿Cómo lo habéis hecho?". Aquí reside el verdadero poder.
No hay mejor impulsor de la innovación que un compañero de trabajo orgulloso compartiendo su éxito.
La transparencia en los resultados (incluso en los errores cometidos) y la generosidad al compartir el conocimiento son la grasa que lubrica este rodaje. Se crea un efecto dominó: el tiempo liberado en un departamento gracias a una pequeña automatización se invierte en mejorar la siguiente fase del proceso en otro departamento.
La innovación se convierte en un capital de tiempo y eficiencia que se reinvierte constantemente.
3. La Institucionalización:
Finalmente, el éxito acumulado hace que la bola sea tan grande que ya no puede ser ignorada.
El pequeño experimento se convierte en la norma. Es en este punto donde el Liderazgo con mayúsculas tiene que entrar en acción, no para imponer, sino para sostener y escalar. La innovación institucionalizada implica que ese proceso ágil, esa herramienta digital o esa nueva forma de colaboración se integran en los manuales de procedimiento, se incluyen en los planes de formación y se les dota de recursos estables. Deja de ser un “proyecto piloto” para ser un activo cultural y operativo. La bola de nieve no solo ha transformado la gestión, sino también el mindset de la organización, creando un camino donde antes solo había nieve virgen.
En conclusión, para encender la mecha de la innovación no hace falta un gran fuego, empieza por prender una cerilla.
Dejemos de buscar la revolución y centrémonos en la rodadura. La bola ya tiene la pendiente a su favor. Solo necesita que la empujen.
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